La atávica confrontación entre dos mundos: juventud y vejez.
El rechazo a la senilidad es una de las grandes preocupaciones humanas, esta se ha reflejado tanto en los comportamientos individuales como en las obras literarias. Este miedo atávico al envejecimiento se debe a sus consecuencias no muy gratas, por ejemplo, el deterioro mental, psicológico y físico, aún resuenan el eco de Celestina quejándose por su vejez ante el encanto lozano de Melibea. Doncella bella no puedo creer que Dios hiciera sin motivo un rostro tan perfecto, hermoso sino para que fuera almacén de virtudes, de misericordia, de compasión; así se ve en ti. Sin embargo, parte de este miedo revela la vulnerabilidad de nuestra condición humana, la incertidumbre ante un lúgubre futuro.
Este rechazo tiene sus cimientos en la cultura occidental: para el ideal griego y así se manifiesta en sus héroes era mejor morir joven y con gloria que fallecer viejo y acabado, coronar la muerte siendo joven era un desiderátum, nos recuerda Rosa Aguilar, gozar era el mayor bien. El mejor ejemplo es Aquiles quien prefirió morir con honor en la guerra de Troya y renunciar a la muerte dulce y apacible de la vejez. Esta filosofía demuestra que los griegos exaltaban la juventud, porque simboliza el ideal, los anhelos, el vigor y la fuerza.
Esta misma actitud es la que lleva a Garcilaso de la Vega a exhortar a la juventud en el Soneto XXIII:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
El tópico es claro en estos versos: carpe diem. Mordè la manzana cuando aún tengas dientes. Aprovecha el día antes de que el tiempo carnicero troque tu pelo negro en largas canas gruesas.
En cambio, la vejez es vista desde un punto de vista deprimente por distintos autores. Para Quevedo la decadencia del exterior es símbolo de la decadencia interior, se pierde la belleza, la fuerza, incluso la voluntad:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados…
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
De igual forma, Shakespeare también afirma que todo hombre viejo es un rey Lear. Recordemos que Lear al sentir la proximidad de la muerte, dividió su reino y lo heredó a sus hijas, Goneril y Regan, luego estas lo desecharon porque ya no tenía las facultades mentales para seguir reinando.
Ana Ilce sostiene que la vejez es una etapa donde se desvanecen los recuerdos, la cordura…: un día de tantos uno descubre/ pequeños huecos en la memoria. /agujeros finísimos por donde se escapa / la lucidez o el chorro de recuerdos.
Alfred Tennyson aborda esta temática desde una posición aún más sombría nos presenta un Ulises que prefirió volver a casa luego de la inminente guerra y disfrutar de la tranquilidad que trae la adultez, sin embargo, rápidamente cayó en el hastío de una vida monótona, plana y gris:
De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo
leyes arbitrarias…
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
A partir de estos versos, podemos notar el rechazo a la pasividad senil, el yo lírico desea nuevamente aventura, recorrer el mundo, sentir el sabor salado de las olas, dejarse seducir por el dulce canto de las sirenas.
Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente
Como podemos ver, Ulises todavía tiene esperanzas de emprender un nuevo viaje quiere vivir la vida hasta agotarla, pues, la inactividad lo ha estancado, desea fervientemente disfrutar de lo que resta de su vida de la manera más intensa posible.
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces…
En el desolador cuento “Bienvenido Bob”, Juan Carlos Onetti plantea esta condición humana de forma irónica. Desde el título el narrador, ese yo que al inicio se enfrenta infructuosamente a la irreverente juventud de Bob y que luego paladea secretamente su decadencia, nos remite a una falsa bienvenida, debido a que él sabe lo que pasa tras las bambalinas de la adultez. Nos describe a Bob como un joven de pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos, cara soñolienta, dichosa y pálida, características físicas que denotan belleza y grandes ideales, los mismos ideales de los jóvenes Aquiles capaces de construir infinitos paraísos artificiales o llevar a cabo heroicas proezas como una revolución.
Por otra parte, Bob detesta al narrador por su conformismo y el deseo de casarse con la pureza de su joven hermana Inés, no estaba de acuerdo con esta relación porque era mucho mayor: usted no se va a casar con ella porque usted es viejo y ella es joven, usted es un hombre deshecho. Está atado a cosas miserables. Es evidente la confrontación entre los dos mundos, juventud y vejez, esta última con adjetivos como desecho y miserable es símbolo de decadencia y ruina.
No obstante, el narrador se siente poderosamente atraído por el joven Bob estaba haciendo sonar el piano porque lo estaba llamando, la única palabra pordiosera para pedir tolerancia y comprensión a su juventud implacable, quizás porque le recordaba cuando era joven había en mí algo próximo a él, a pesar de que Bob lo tratara con indiferencia me seguía con los ojos llenos de desprecio y burla.
Asimismo, se presenta la ambivalencia amor/odio por parte del narrador, lo ama como un padre porque le recuerda su propia rebeldía y a la vez lo odia porque al igual que él también envejecerá y ya no será Bob, sino Roberto y dirá mi señora al referirse a su mujer. Y es aquí donde Onetti nos revela toda su amarga ironía: este narrador dará la bienvenida a este nuevo habitante de la vejez con las siguientes palabras: bienvenido al tenebroso y maloliente mundo de los adultos donde ya no buscaras ennoblecer la vida de los demás, ni lucharas contra los viejos porque te has convertido en uno, ahora sos un hombre que trabaja en una hedionda oficina por no haber cumplido tus sueños.
Desde esta perspectiva, la vejez representa la mediocridad y el conformismo de no haber cumplido los propósitos de juventud y entregarse a ciertas rutinas vacías: ahora veo a Bob casi diario, en el mismo café, rodeado de la misma gente, que pasa largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.
A su vez Jaime Gil de Biedma en su poema “Contra Jaime Gil de Biedma también arremete irónicamente contra la vetustez:
Podría recordarte que ya no tienes gracia
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
es un resto penoso,
un intento patético.
En este juego de desdoblamiento podemos ver a dos viejos amigos: la imagen de la juventud que a diario nos inventamos frente al rostro que nos revela el espejo. En una entrevista Gil de Biedma decía que los únicos temas de sus poemas eran el tiempo y el yo. De ahí que sus textos, constantemente vuelvan al inexorable paso del tiempo:
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.
Ay el tiempo! Ya todo se comprende.
Pero a diferencia de Onetti, en Biedma no hay amargura, sino melancolía y soledad. Esa es la otra imagen que nos presenta de la vejez, el ser que contempla desde un país extraño las piruetas ingenuas y sensuales de una creatura emergiendo de las olas del mar:
A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.
De nada nos servirían la creación de mitos y elíxires para prolongar la juventud, el paso del tiempo es inexorable y como dice Garcilaso “no hace mudanza en su costumbre. Parte de vivir es morir cada día, envejecerá Bob y sus irreverencias, Melibea se entregará al placer sensual no por insistencia de Celestina, sino porque sabe que el placer es efímero pero dulce su recuerdo. Quizás la tecla que emite ese lejano sonido nos aconseje que disfrutemos de la vida con todos nuestros sentidos, no antes, ni después, sino justo ahora, antes que la blanca nieve cubra la hermosa cumbre.
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